Ella no creía que sintiera lo mismo viniendo de otra persona. Pudiera ser que fuera así. Porque, sexualmente y, en un principio, ella fue spankee y, posteriormente y durante mucho tiempo, ha sido sumisa. En el fondo, quizás y sin ella saberlo, siempre.
Pero, ella no
creía que lo fuera a sentir exactamente igual con otro hombre. Tal como ella lo
sintió, cuando él deslizaba sus bragas hacia abajo. Él la pidió que se quitar
sus bragas, pero no lo hizo. Dejó sus
bragas puestas.
¿Estaba ella
tratando de suavizar lo que iba a venir? O ¿no estaba todavía segura donde él
iba a golpear con exactitud? O ¿estaba siguiendo al pie de la letra la ley de “bragas
fuera”?
Se quitó las
bragas. Las dobló y las colocó en la parte inferior de la cama. Casi una
extensión ritualista y un dibujo del inesperado momento que él la había
ofrecido.
“Tengo algo para ti,”
le había dicho, mientras ella se estaba preparando para salir. “Tengo algo para
ti” y ella estaba sorprendida. En absoluto, no tenía ni idea de lo que él iba a
sacar de la bolsa en la que estaba hurgando.
Lo que sacó, la
hizo sonrojar. Al menos, en su interior, si no, externamente. Dos trozos largos
de caña de bambú. Él le entregó el más corto.
Ella se sonrojó de
nuevo y lo sostuvo con cautela en sus manos. Como si fuera a quemarle si lo
agarraba con demasiado fuerza.
“Escogí una para
tí,” dijo él y ella podría haber sonreído, sin ser capaz de mirarle. Se sentí tímida
con este regalo. “Observé todas las piezas, una por una, hasta que encontré
estas dos. Y esta es para tí. Incluso, tiene un extremo plano,” le dijo él.
“Gracias,”
contestó. No estaba segura qué hacer con el regalo. Otra forma de pensar sería
sobre cuándo, tal vez, sería posible ser usada. Tal vez…
Tal vez, él se
quedaría en casa de ella y le preguntaría por la cane y cuándo usarla.
Por lo tanto,
sonrió cogiéndola con cuidado. Sonriente y con rubor.
Empezó a dirigirse
hacia el borde de la cama, preparándose para salir otra vez. Tuvieron una
conversación breve sobre algo. El día. Su caminata juntos. No recordaba porque,
entonces, él dijo sin pensarlo: “¿Te gustaría ver cómo se siente?”
“¡Oh, sí!” y lo
dijo.
Ella quería ver y
sentir cómo dolía. Quería que él hiciera que la doliera con la cane (ella lo
esperaba). Solo un golpe o dos. Sólo por diversión, ¿vale?
Así que,
“Pantalones fuera,” él dijo. Y ella se los bajó. Tranquila y poco a poco, con
parsimonia. Y los dobló en parte inferior de su cama. Enrollándose ella misma
contra su estómago. Ella no había pensado mucho en sus bragas hasta que sintió
su mano.
Sus dedos, rozando
su piel para arrastrarlas hacia abajo. Y ella no sabía si alguna vez este
ritual le pareció tan delicioso, tan perfecto. No sabía si alguna se había
sentido más vulnerable y excitada que en ese momento. Él tirando hacia debajo
de sus bragas, para exponer su piel, su carne, sus nalgas, su trasero. Así que
él me podría mostrar lo mucho que una cane puede doler y picar.
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