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viernes, 7 de noviembre de 2014

Piedad

Asalto tus sentidos, tanto físicos como emocionales, sin descanso. No te atreves a decirme que pare o que me vaya. Cuando cojo tu culo, cada vez más lejos, es brutal y las chispas de amor y dolor, al mismo tiempo, te sobrecargan por completo. Viste que la otra noche fue diferente. Tan diferente. Sólo tratando de procesar lo que te estaba sucediendo era suficiente, incluso para las masoquistas más avanzadas. Aunque yo te había perdido y necesitabas que me mostrara cuánto. A medida que te llevaba hacia mí, todo lo que podías hacer, era pedirme misericordia. El perdón nunca llegó. En respuesta a tus peticiones para que me frenara, te contesté con la boca. No con mis palabras… sino con mi boca.
Mientras enterraba mis dientes en tu espalda, todo lo que podías hacer era gritar. Gritaste tan fuerte, tan salvaje y tan fiera que pensaste… esta vez, es seguro que viene la policía. Ésta nunca llegó, pero te mordisqueé y las marcas no desaparecieron. Al menos, esa no era una noche para la piedad, eso pensé en ese momento. (Una semana después, los moratones conservaban su color vívido). Trataste de procesar el ataque a tu culo y a tu espalda. Lo único que salió fueron gritos. Gritos de películas de terror. Los gritos que se escuchan cuando la protagonista de la película sabe que ha encontrado su final. Te tapé la boca y te protegí con mi propia boca. Tenías tanto miedo de que la policía fuera a venir. Si ellos se hubieran acercado y escucharan los ruidos que salían de tu habitación, me hubieran llevado a la cárcel. Sin lugar a duda. ¡Oh, Dios! Eso hubiera sido trágico. Nadie nos comprende y es tan frustrante, e incluso, a veces, hiriente.
Pero… cuando estaba terminando de hacerte el amor, te rompí tu corazón. Me senté en la esquina de la cama con una mirada de tristeza y remordimiento que no se te ha olvidado todavía. Mi mirada de arrepentimiento fue muy devastadora para tí. Tu ángel hermoso nunca se arrepiente de lo que soy, nunca me arrepentí de lo que te infligí. Sé que lo recibías con amor porque te amo profundamente. Necesitas que me entregue a tí. Quieres todo lo hermoso de este sádico. Y me dices: “Mi hermoso Ben Alí. No hay otra alma como la tuya en este planeta.”
Mientras yacías allí, tu cerebro estaba activo, pero tu cuerpo estaba débil. Tu brazo colgaba sobre la cama y no tenías la fuerza para levantarte. Querías tocarme con tu mano y decirme lo mucho que me amas, eras toda tú. No podías. No podías encontrar la fuerza física para moverte. Te las arreglaste para cubrirte una nalga de tu trasero, pero no pudiste encontrar la fuerza para cubrirte la otra parte. Te caíste y te quemaste toda. A pesar de que estabas allí expuesta, no te importó. Lo único que te importa era recuperar tu aliento, tu cordura, tu compostura y tu corazón.
De alguna manera, te lo hice. Cuando estoy por la zona, te subes en una montaña rusa y lo que sabes, está fuera de tu mente. Estás conmigo y yo estoy contigo. Para tí, no existe nadie que no sea yo. Soy la única persona que existe en tu mente, en tu corazón, en tu cuerpo y en tu alma. A pesar de todo lo que sacudo a tus sentidos, siempre recuerdas de haberlo olvidado después. Siempre te aseguras de estar compuesta. Sé lo consciente que eres con tu cuerpo. En la cama, te hago los gestos más dulces mirándote con tristeza. Bajo tu camisón, para que estuvieras más cómoda. Yo sabía que te sentirías humillada y te cubriría  para prevenir que tu corazón sintiera una pizca de vergüenza y sonrojo.
Yo sabía lo infeliz que serías sintiéndote expuesta, que cogiera tu camisón y te cubriera. Esto es amor. Esto es porque me amas profundamente. Sabes que tengo esos momentos de ternura. Mi delicadeza es tan brutal como mi sadismo. Te hice llorar, y todavía te sigo haciendo llorar. Te hice amar. Te hice creer. Te hice creer que tus sentimientos valen algo. Tus necesidades son importantes. Tu amor es digno de conservarlo.
“Gracias, por ser tan hermoso. Gracias por ser tan intenso. Gracias, por estar ahí, siempre para mí. Te quiero,” me dijiste

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