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martes, 25 de noviembre de 2014

Cuando te arrodillas para mí

Esta mañana, he estado pensando sobre la entrega en la sumisión y el juego de los roles.
Arrodillarse es uno de los actos que muestra el espacio de la cabeza de quien está delante de mí. No tengo ninguna preocupación por la autenticidad de la sumisa, porque sé que está en un viaje que le llevará o no le llevará a una mayor profundidad en un día.
Tampoco tengo necesidad de alentar o desalentar ese viaje. No es mío.
Arrodillarse es una de las formas más básicas de sumisión. Dice mucho sin decir una palabra.  Para algunas, es absoluta y físicamente imposible arrodillarse y, para otras, el arrodillarse, no puede durar mucho.
Cuando el arrodillarse se hace bien, con elegancia, con una combinación de alegría y moderación, me emociona. Este simple acto puede transmitir cualquier cosa, desde las emociones sexuales de la sumisa a las sensuales, obedientes, eróticas o humildes.
Esta posición más humilde puede mostrar una fuerza que es casi inimaginable o de una fragilidad impresionante. El simple acto del ritual de arrodillarse, a menudo, es el inicio de una interacción conmigo. De hecho, el primer acto al que induzco a una sumisa cuando inicio una sesión con ella, es a arrodillarse.

En la entrega, el arrodillarse toma un tono diferente. Uno nunca sabe cómo se va a revelar una mujer cuando se la induce a arrodillarse por primera vez, mientras que las sumisas o esclavas se entregan de una manera diferente. Para mí, es obvio, y deseable, pero este tipo de arrodillarse, se gana aplicando una dominación consistente sobre la sujeta.

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