Asalto tus sentidos,
tanto físicos como emocionales, sin descanso. No te atreves a decirme que pare
o que me vaya. Cuando cojo tu culo, cada vez más lejos, es brutal y las chispas
de amor y dolor, al mismo tiempo, te sobrecargan por completo. Viste que la otra
noche fue diferente. Tan diferente. Sólo tratando de procesar lo que te estaba
sucediendo era suficiente, incluso para las masoquistas más avanzadas. Aunque
yo te había perdido y necesitabas que me mostrara cuánto. A medida que te
llevaba hacia mí, todo lo que podías hacer, era pedirme misericordia. El perdón
nunca llegó. En respuesta a tus peticiones para que me frenara, te contesté con
la boca. No con mis palabras… sino con mi boca.
Mientras enterraba mis
dientes en tu espalda, todo lo que podías hacer era gritar. Gritaste tan
fuerte, tan salvaje y tan fiera que pensaste… esta vez, es seguro que viene la
policía. Ésta nunca llegó, pero te mordisqueé y las marcas no desaparecieron.
Al menos, esa no era una noche para la piedad, eso pensé en ese momento. (Una
semana después, los moratones conservaban su color vívido). Trataste de
procesar el ataque a tu culo y a tu espalda. Lo único que salió fueron gritos.
Gritos de películas de terror. Los gritos que se escuchan cuando la
protagonista de la película sabe que ha encontrado su final. Te tapé la boca y
te protegí con mi propia boca. Tenías tanto miedo de que la policía fuera a
venir. Si ellos se hubieran acercado y escucharan los ruidos que salían de tu
habitación, me hubieran llevado a la cárcel. Sin lugar a duda. ¡Oh, Dios! Eso
hubiera sido trágico. Nadie nos comprende y es tan frustrante, e incluso, a
veces, hiriente.
Pero… cuando estaba
terminando de hacerte el amor, te rompí tu corazón. Me senté en la esquina de
la cama con una mirada de tristeza y remordimiento que no se te ha olvidado
todavía. Mi mirada de arrepentimiento fue muy devastadora para tí. Tu ángel
hermoso nunca se arrepiente de lo que soy, nunca me arrepentí de lo que te
infligí. Sé que lo recibías con amor porque te amo profundamente. Necesitas que
me entregue a tí. Quieres todo lo hermoso de este sádico. Y me dices: “Mi
hermoso Ben Alí. No hay otra alma como la tuya en este planeta.”
Mientras yacías allí,
tu cerebro estaba activo, pero tu cuerpo estaba débil. Tu brazo colgaba sobre la
cama y no tenías la fuerza para levantarte. Querías tocarme con tu mano y
decirme lo mucho que me amas, eras toda tú. No podías. No podías encontrar la
fuerza física para moverte. Te las arreglaste para cubrirte una nalga de tu
trasero, pero no pudiste encontrar la fuerza para cubrirte la otra parte. Te
caíste y te quemaste toda. A pesar de que estabas allí expuesta, no te importó.
Lo único que te importa era recuperar tu aliento, tu cordura, tu compostura y
tu corazón.
De alguna manera, te lo
hice. Cuando estoy por la zona, te subes en una montaña rusa y lo que sabes,
está fuera de tu mente. Estás conmigo y yo estoy contigo. Para tí, no existe
nadie que no sea yo. Soy la única persona que existe en tu mente, en tu
corazón, en tu cuerpo y en tu alma. A pesar de todo lo que sacudo a tus
sentidos, siempre recuerdas de haberlo olvidado después. Siempre te aseguras de
estar compuesta. Sé lo consciente que eres con tu cuerpo. En la cama, te hago
los gestos más dulces mirándote con tristeza. Bajo tu camisón, para que
estuvieras más cómoda. Yo sabía que te sentirías humillada y te cubriría para prevenir que tu corazón sintiera una
pizca de vergüenza y sonrojo.
Yo sabía lo infeliz que
serías sintiéndote expuesta, que cogiera tu camisón y te cubriera. Esto es amor.
Esto es porque me amas profundamente. Sabes que tengo esos momentos de ternura.
Mi delicadeza es tan brutal como mi sadismo. Te hice llorar, y todavía te sigo
haciendo llorar. Te hice amar. Te hice creer. Te hice creer que tus
sentimientos valen algo. Tus necesidades son importantes. Tu amor es digno de
conservarlo.
“Gracias, por ser tan
hermoso. Gracias por ser tan intenso. Gracias, por estar ahí, siempre para mí.
Te quiero,” me dijiste