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lunes, 15 de septiembre de 2014

Carta a Bensade: Confesiones de una masoquista

Leyendo este blog suyo, me ha hecho pensar. Antes de empezar, debo enfatizar que estoy escribiendo sobre mi propia experiencia. No tengo ni idea si otras personas pueden estar relacionadas con esto o no y, ciertamente, no pretendo decirle a nadie cómo deben sentir o de que mi manera sea mejor o peor que cualquier otra.

Soy masoquista y no me gusta el dolor. Ya está. Lo he dicho.

Incluso antes de que yo fuera lo suficiente mayor para pensar sobre el sexo, tenía fantasías sobre el dolor. Y después de empezar a pensar sobre el sexo, el dolor siempre formaba parte de mis fantasías.

La primera vez, cuando era una adolescente, persuadí a mi amante para que me azotara con un cinturón y me sorprendí al descubrir que, a diferencia de la fantasía, el dolor duele. Era desagradable. En absoluto, era la manera que yo lo había imaginado. Me dejó profundamente confusa. Durante un tiempo, me negaba a reconocer que era masoquista porque, en un sentido simple y directo, no encontraba agradable al dolor. Aún así, yo lo deseaba. Era la fuente de mi energía, sin la cual, mi sexualidad tenía tan poca vida como la de mi teléfono móvil cuando me olvidaba de cargarlo.

He tardado mucho tiempo, pero creo que he empezado a comprenderlo un poco.

La palabra “dolor” abarca una gran cantidad de experiencias diferentes y diferentes personas lo utilizan para describir cosas diferentes. Así es como yo lo siento.

Bajo las condiciones adecuadas, es posible presionar el umbral del dolor bastante lejos y jugar hasta un punto donde puede ser maravilloso y estimulante por derecho propio. Es bueno tener a alguien que me azote fuerte y sentir la sensación, incluso el daño superficial, sin ninguna de las incomodidades reales que se le atribuyen. En su mejor momento, me hace sentir fuerte, invulnerable, irrompible (aunque sé que esto es una ilusión).

Sin embargo, para mí, el dolor es lo que sucede más allá del punto en el empieza realmente a doler. Es donde el sufrimiento se hace real y, en algún nivel, quiero parar. Por qué me gusta jugar más allá de ese punto, es difícil de explicar. Esta es la mejor manera que puedo decirlo.

No me gusta el dolor, pero me gusta el efecto que tiene sobre mí. Me gusta la anticipación, la manera que me hace sentir viva. Me gusta ser capaz de decir “sí,”, mientras mi miedo está gritando “no.” Me gusta la tensión entre el deseo de alejarme y el no poder o elegir no hacerlo. Me gusta el efecto que tiene sobre mi cuerpo, el deseo lo extrae. Me gusta ver la manera que el mundo se mueve a mí alrededor y sentirme diferente, más diferente, más vibrante.

Si el sadomasoquismo es un arte, entonces, su paleta es el sentimiento y la emoción humana. Aprecio los colores oscuros porque son parte de la belleza. Con ellos, es posible crear los contrastes. El espacio que crea, la paz perfecta que viene después. La manera que el más ligero toque de ternura o de afecto que, de repente, se siente, es todo mi mundo, es como encender una vela en la oscuridad más absoluta.

El dolor derriba los muros que tengo para mantener a la gente fuera. Es como me conecto profundamente, ofreciendo ese dolor, el miedo y la lucha a la persona que quiere valorarlo.

Es el precio que estoy dispuesta a pagar por lo que soy, y la forma en que me gusta.

Una masoquista

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