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viernes, 2 de enero de 2015

Oda al látigo

Ha pasado bastante tiempo desde que ella experimentó algunas de las cosas que  necesitaba en el pasado. El beso dulce del látigo, cuando sus tiras de cuero acarician antes de morder. El aguijón del látigo, como la picadura de una víbora mientras desgarra la carne. Estas son las cosas que sólo una puta del dolor puede comprender. La liberación catártica de la tensión, mientras la carne de su cuerpo es golpeada.
Mientras tiembla entre sus ataduras, cuando el cuero tras el cuero aterriza, los verdugones se cruzan a lo largo de su espalda y piernas. Esa capa de sudor cubriendo su cuerpo, enfriando el fuego en su piel, mientras el látigo serpentea para azotar, golpeando de nuevo en su casa.
Hace años que ella no sentía estas cosas. Desde la última vez, en que se puso en contacto con esos recovecos oscuros y profundos  de su mente, el látigo es el único que la libera para acceder a los rincones oscuros donde residen los ecos y demonios y monstruos del pasado.
Ella ha experimentado la verdadera libertad con el impacto sobre su piel. La belleza de dejarle con el látigo la pulpa de unos moratones de sangre contenida, el goteo de las gotas de sudor externo que absorbe, un rostro surcado por las manchas de las lágrimas y lloriqueando mientras la hace volar.
En cierto modo, ella suspira para, una vez más, sentir la poesía violenta del látigo de cuero. Están en perfecta armonía, el cuero y ella, que la lleva y le da, la golpea y hace sangrar y ambos lloran. La armonía de los gritos mezclados con las grietas del cuero, las rasgaduras de la piel y el silbido de la bajada del látigo a través del aire.
Todo es una sinfonía dulce, mientras ella se sumerge más en el subespacio. La cacofonía del sonido abrumador mientras se hunde. La liberación gozosa en el espacio, el nivel más alto de los sentimientos y de las emociones. Es puro gozo.

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